(editorial Calambur, Madrid, 2013)

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"Residua"

"Residua"
una conversación con Enrique Falcón
(entrevista de L. Giordani, V. Gómez y A. Borra)
Pliego nº 12/II de los "Manuales de instrucciones"
(Fundación Inquietudes & Caudal; Madrid, 2013). 




Tanto en tu ensayo del libro colectivo La (re)conquista de la realidad como en tu antología Para un tiempo herido enfatizas la condición política de toda poesía, incluso aquella que reniega de esa condición. ¿En qué claves cifrar entonces el valor de un poema?


Imposible cifrar el valor de un poema sin hacer un mínimo gesto de poder. El canon, las tradiciones “nacionales”, el capillismo literario, la crítica profesional y los tratados de retórica se encargan también de eso: de tasar con exclusiones los valores de un poema. ¿Puedo yo hacerlo? Sí, si hago uso -siquiera provisional, temporalmente- de algún gesto de poder. Y entonces: vale un poema cuando atraviesa las grietas de su tiempo y es capaz de vincularse con las posibilidades de vida de varios lectores. A menudo sueño con un poema capaz de responder también a lo que Belén Gopegui, recuperando a Brecht, ha reclamado de la novela contemporánea: añadiéndole un estremecimiento, la posibilidad de ofrecer un informe sobre el mundo a una comunidad de hombres y mujeres capaces de transformarlo.



Si uno lee La marcha de 150.000.000 como punto de condensación de 15 años de escritura, no resulta nada fácil saber por dónde proseguirá tu trabajo poético… En Taberna roja, incluso, queda flotando la decisión acerca de aquello sobre lo que “posar la lengua”. ¿Qué horizonte de escritura se ha abierto desde entonces y cuál consideras ya agotado?


Bueno, en realidad aquel “posar la lengua” no pretendía dejar propiamente abierta alguna decisión futura de programa, una posibilidad de escritura venidera; ese poema en cuestión denunciaba más bien la existencia de una falsa alternativa: la que dice mediar entre el amor y la ira, entre la ligazón de los amantes y la lucha por la justicia social. En cuanto a La marcha de 150.000.000, el poema -en efecto- está ya cerrado, pero no porque en absoluto su escritura haya quedado agotada (hoy, más bien, me inclinaría por creer justo lo contrario), sino porque en su actual, definitiva, factura ya resulta suficiente. Al margen de ello, encuentro todavía una nueva veta de escritura, sensiblemente diferente a aquélla, de la que vengo ocupándome con los poemas de Porción del enemigo, un libro que aún me exigirá un trabajo de algunos pocos años más. Me resulta muy difícil cifrar la consistencia de esa línea de trabajo: ¿será posible decir que tiene que ver con un “alumbramiento del terror” que no resulte patético, con la posibilidad de que el poema pueda entrever las estructuras del miedo en la conciencia “natural” del capitalismo tardío? Por ahí van los tiros.



Si La marcha… señala en su canto una especie de hermanamiento de los que sufren, su estructura parece girar primordialmente hacia el salmo. ¿Por qué has optado por este giro hacia lo religioso? ¿Qué vínculos concibes entre la religiosidad y una poética de combate? Por lo demás, en tu trabajo ensayístico hay un distanciamiento con respecto a los mesianismos en general. ¿Cómo concilias ese ir “más allá” no mesiánico con tu cristianismo de base? De forma más radical, ¿qué lazos concibes entre revolución, poesía y religión?



En efecto, la tradición de los Salmos (de los veterotestamentarios a los de Ernesto Cardenal, aquel poeta sacerdote de la revolución sandinista) es una de las varias formas expresivas rastreables en La marcha de 150.000.000, y la razón de ese “volcarse en lo religioso” reside en algo personalmente no excusable: soy cristiano. ¿Una poética, entonces, del combate? ¿De verdad se podría escribir hoy sin establecer ninguna clase de enfrentamiento político? ¿Volver a caer entonces en una escritura para el apaciguamiento, una poesía de la rendición? Baste decir que, en mi caso, cristianismo y comunismo libertario van muy de la mano y que ambos, en su más visible ejemplo, condicionan la estructura misma de La marcha... En un plano menos “vivencial” (digamos que menos “confesional”) ambos explicitan la posibilidad de rescatar, en cada una de las tres grandes tramas de la conciencia occidental -lo “judeocristiano”, lo “griego” y lo “ilustrado”-, fuerzas antagonistas y utópicas suficientes, capaces de erosionar el logos de esa otra gran trama, terrible, de la modernidad: el capitalismo, cuya actual hegemonía juzgo desde luego perfectamente combatible.



Tu crítica a la narcotización social pareciera complementarse con un llamado a la participación ciudadana, que incluye y desborda la tarea poética. ¿Cuáles son desde esa perspectiva las especificidades del compromiso poético y cómo se articula a un compromiso político mayor? Como contraparte, ¿cuáles son para ti las traiciones en las que ha caído o puede caer cierta poesía?


Para tiempos de tranquilización social y de consenso como éste en el que vivimos, la poesía política bien pudiera introducir una cierta dosis de desorden. En la “ruptura de los consensos” que comparte con los movimientos políticos antagonistas, este deslizamiento hacia el desorden (véase como muestra esperanzadora la poesía de Antonio Orihuela) es una poderosa capacidad que tiene el lenguaje poético cuando lo que se entiende por “compromiso” absorbe y desborda la tarea de los poetas, siempre que éstos se perciban -en primer lugar y ante todo- como ciudadanos que también comparten la casa del hombre. No podremos lamentar, así, la traición en poesía. Es más, creo que casi toda ella se podría releer como una serie constante de actas para la traición. Estoy incluso por pensar que, a menudo, sólo por un acto de traición es reconocible en un poema su particular gesto de imprevisibilidad. Sólo en este sentido me parecería, hoy, hasta cierto punto lamentable el alto grado de previsibilidad en el que cae tanta poesía actual (no nos salgamos, de momento, del ámbito del Estado español), el escamoteo continuo de sus propósitos políticos, su recurrente tendencia a la insignificancia vital, y una cierta falta de ambición -tanto en el plano estético como en el más expresivo- que creo reconocer en el sentimentalismo naturalista y conservador de ciertas prácticas de escritura y en el solipsismo inofensivo (verdadera poesía homeopática) de otras.



En más de una ocasión has asumido como opción estética el realismo crítico y, no obstante, no has renunciado en absoluto a la experimentación vanguardista. ¿Por qué esta articulación y con qué finalidad sostienes esta tensión?


Partamos de una mínima convicción: toda opción de escritura -sea ésta cual sea- resulta insuficiente; toda opción de escritura asume unos límites propios y sus propias contradicciones. En otro tono: todo poeta siempre escribirá de una manera incompleta. Desde tales premisas, creo que hoy es una soberana pérdida de energías escribir fuera de ese vasto y extensísimo campo de experimentación que ofrecen los diversos “realismos”. Pero igualmente me parece inevitable introducir grietas y tensiones en un lenguaje que es también el del poder, lenguaje portador de signos naturalizados, aptos para la exclusión y para el dominio. Toda mi poesía parece moverse -efectivamente- en la tensión incómoda de esos dos polos, y la posibilidad de poder expresar hoy evidencias imprevisibles acaba siendo una de las aventuras más apasionantes que en este tiempo podría imaginarme. Consecuencia de todo ello, se puede caer en una poesía “de la claudicación” bien por la vía del realismo chato de los pacificadores del mundo, bien por la vía del inocuo solipsismo de quienes, desatándolo todo sobre las fracturas del lenguaje, desactivan las cargas políticas y comunicativas del poema. Démosle la razón a Cortázar: “Lenguaje quiere decir residencia en una realidad. No se puede revivir el lenguaje si no se empieza por intuir de otra manera todo lo que constituye nuestra realidad”. En fin: mucha poesía ya se ha escrito para dejarla tan alejada de los hombres y mujeres de nuestro tiempo; habrá que ir pensando en cómo hacer hoy posible una nueva literatura residente, un nuevo combate de legitimaciones.



En un tiempo herido como el que vivimos, más de una vez has asumido la esperanza como un arma junto al coraje y la voluntad. ¿De dónde podrían extraer su fuerza esas armas en un contexto tan desalentador como el presente?


La esperanza es incapaz de nacer fuera de una promesa o lejos de la experiencia histórica de los hombres: con el movimiento de esa doble esperanza procuré, de hecho, estructurar los cantos y secciones de La marcha de 150.000.000. En cualquier caso, ¿por qué tendríamos que seguir rastreándola en espacios tan desalentadores como los que ofrecen Madrid, Valencia o Nueva York? Desde luego, la experiencia histórica de los movimientos de emancipación nos muestra que ella es terca e imprevisible, pero podríamos empezar a asumir que quizás hoy la esperanza no pasa por nosotros/as, que el sueño peligrosamente insurgente que sueña otro mundo posible no reside fundamentalmente “aquí”, junto a nosotros. ¿Firmaríamos, de este modo, una nueva acta para la traición? Actualmente, sin caer en mitificaciones desplazadas, miro en Bolivia, Venezuela o Eritrea y reconozco -pese a las varias contradicciones, pese a las ocasionales faltas de “aceleración”- un arsenal para la esperanza. Son, por supuesto, solamente ejemplos, y seguramente precarios, pero están ahí. No sólo ahí ni en todo ahí, pero mucho ahí. Y en fin, ¿quién dijo que nuestra esperanza habría de ser “pura”, “compacta”, ... o “nuestra”?


Aguasdulces, agosto de 2010