en "El Boomeran(g)", nº82
(15 de agosto de 2013)
Hay libros de poemas que ponen a conversar dos textos diferentes, uno de
los cuales puede ser invisible. Si el diálogo persigue encarnar el
conflicto, el poemario puede ser llamado dialéctico sin demasiado problema; será dialógico cuando
lo que busca es más bien el intercambio de ideas, el trasvase entre los
dos textos comunicados. En los últimos meses han aparecido dos libros
en esta dirección, sin nada que ver entre sí.
Enrique Falcón es uno de
los poetas españoles más inclasificables. Con una larga trayectoria,
autor de una "work in progress", La marcha de 150.000.000, culminada en 2009 tras más de una década de trabajo, Falcón ha terminado una trilogía de poemarios con Porción del enemigo (Calambur, 2013), que completa a Taberna roja y Amonal.
Falcón tiene una poética comprometida y social, que suele salvar el
peligro de caer en lo panfletario mediante un sabio uso de las imágenes
poéticas y de resortes estructurales que elevan el discurso
convirtiéndolo en algo más que lo dicho y en mucho más que lo denunciado. Uno de estos procedimientos en Porción del enemigo es
la dialogía entre diversos textos, que acaba ensamblando con la
"tijera" (p. 113) conceptual, haciendo lo que hemos denominado en otro
lugar bibliomaquias: los antiguos centones convertidos en un
poderoso bisturí textual mediante la acumulación de sentido. Revertir el
sentido de los textos (alguno de ellos canónico, otros sacados de la
realidad política, como discursos de Merkel u Obama que desvelan otros
significados), o incrementarlo (como en el memorable "Tratado de las
leyes"), he ahí procedimientos dialógicos que Falcón sabe usar con
precisión desconcertante. Su tijera comienza cortando textos y acaba
diseccionando al lector. Gracias por eso.
Si Vladimir Nabokov en Pálido fuego (1962)
construye una novela como la edición filológica de un falso poema,
donde la narración se contiene por entero en las notas al poemario del
editor Charles Kinbote, el poeta murciano José Alcaraz lleva a cabo en Edición anotada de la tristeza
(Pre-Textos, 2013) una operación especular, llevando los poemas a las
notas al pie y vaciando el texto. Cada poema es la nota a otro poema,
invisible, que desaparece, segando la mitad de la dialogía y
convirtiéndola en un monólogo que tiene como interlocutor al silencio.
No se alarmen, no vamos a hacer una lectura del poemario a la luz de
Derrida o José Ángel Valente, y no por inoportunidad teórica, sino
porque dudamos que esos sean los materiales principales con que Alcaraz
ha construido el texto. Alcaraz no establece un diálogo con un pensador o
un poeta en concreto, sino con la Filología misma, de la que es
aprendiz, y con sus metodologías. Su método de escritura es el método de
análisis de la escritura. Es el resultado de salirse para ver el cuadro, como hace Velázquez, según Foucault, en Las meninas. Como si Aristóteles hubiera escrito todo el Órganon en
breves silogismos.
"La crítica dialógica (...) se niega a eliminar
cualquiera de las dos voces en presencia", dice Todorov.