
en el libro
Las prácticas literarias del conflicto:
registro de incidencias 1991-2010
(ed. Oveja Roja, Madrid, 2010):
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Cifrar la consistencia de
una posible línea de trabajo: ¿será posible decir que tendrá que
ver con un “alumbramiento del terror” que no resulte patético,
con la posibilidad de que el poema pueda entrever las estructuras del
miedo en la conciencia “natural” del capitalismo tardío?
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A menudo sueño con
un poema capaz de responder también a lo que Belén Gopegui,
recuperando a Brecht, ha reclamado de la novela contemporánea:
añadiéndole un estremecimiento, la posibilidad de ofrecer un
informe sobre el mundo a una comunidad de hombres y mujeres capaces
de transformarlo.
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Para tiempos de
tranquilización social y de consenso como éste en el que vivimos,
la poesía política bien pudiera introducir una cierta dosis de
desorden.
En la “ruptura de los consensos” que comparte con los movimientos
políticos antagonistas, este deslizamiento hacia el desorden (véase
como muestra esperanzadora la poesía de Antonio Orihuela) es una
poderosa capacidad que tiene el lenguaje poético cuando lo que se
entiende por “compromiso” absorbe y desborda la tarea de los
poetas, siempre que éstos se perciban –en primer lugar y ante
todo– como ciudadanos que también comparten la casa del hombre.
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No deberíamos lamentar
la traición en poesía. Es más, creo que casi toda ella se podría
releer como una serie constante de actas
para la traición.
Estoy incluso por pensar que, a menudo, sólo por un acto de traición
es reconocible en un poema su particular gesto de imprevisibilidad.
Sólo en este sentido me parecería, hoy, hasta cierto punto
lamentable el alto grado de previsibilidad en el que cae tanta poesía
actual (no nos salgamos, de momento, del ámbito del Estado español),
el escamoteo continuo de sus propósitos políticos, su recurrente
tendencia a la insignificancia vital, y una cierta falta de ambición
–tanto en el plano estético como en el más expresivo– que creo
reconocer en el sentimentalismo naturalista y conservador de ciertas
prácticas de escritura y en el solipsismo inofensivo (verdadera
poesía homeopática por vía de su desubstanciación) de otras más
cercanas.
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Partamos de una mínima
convicción: toda opción de escritura –sea ésta cual sea–
resulta insuficiente; toda opción de escritura asume unos límites
propios y sus propias contradicciones. En otro tono: todo poeta
siempre escribirá de
una manera incompleta.
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¿Una poética, entonces,
del combate? ¿De verdad se podría escribir hoy sin establecer
ninguna clase de enfrentamiento político? ¿Volver a caer entonces
en una escritura para el apaciguamiento, una poesía de la rendición?
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Desde tales premisas,
creo que hoy es una soberana pérdida de energías escribir fuera de
ese vasto y extensísimo campo de experimentación que ofrecen los
diversos “realismos”. Pero igualmente me parece inevitable
introducir grietas y tensiones en un lenguaje que es también el del
poder, lenguaje portador de signos naturalizados, aptos para la
exclusión y para el dominio. Toda mi poesía parece moverse en la
tensión incómoda de esos dos polos, y la posibilidad de poder
expresar hoy evidencias imprevisibles acaba siendo una de las
aventuras más apasionantes que en este tiempo podría imaginarme.
Consecuencia de todo ello, se puede caer en una poesía “de la
claudicación” bien por la vía del realismo chato de los
pacificadores del mundo, bien por la vía del inocuo solipsismo de
quienes, desatándolo todo sobre las fracturas del lenguaje,
desactivan las cargas políticas y comunicativas del poema. Démosle
la razón a Cortázar: “Lenguaje quiere decir residencia
en una realidad.
No se puede revivir el lenguaje si no se empieza por intuir de otra
manera todo lo que constituye nuestra realidad”.
En fin: mucha poesía ya se ha escrito para dejarla tan alejada de
los hombres y mujeres de nuestro tiempo; habrá que ir pensando en
cómo hacer hoy posible una nueva literatura residente,
un nuevo combate de legitimaciones.
(de "Residua", 2010)