en suplemento cultural de "CNT",
periódico mensual de la Confederación Nacional del Trabajo;
nº 399; abril de 2013.
periódico mensual de la Confederación Nacional del Trabajo;
nº 399; abril de 2013.
Entrevista a Enrique Falcón:
«Los espacios de la resistencia son innumerables»
El escritor propone desatar el amor y la ira legítima
contra la violencia del sistema
«Los espacios de la resistencia son innumerables»
El escritor propone desatar el amor y la ira legítima
contra la violencia del sistema
Enrique Falcón (Valencia, 1968) es profesor, activista cultural vinculado con los movimientos de base, antimilitarista y activista pro-presos. Entre su extensa obra destaca Amonal (Idea, 2005), Taberna roja (Baile del Sol, 2008), La marcha de 150.000.000 (Eclipsados, 2009) y, como antólogo, la imprescindible antología Once poetas críticos en la literatura española reciente (Baile del Sol, 2007). La escritura de Enrique Falcón se debate entre la protesta y el compromiso, la denuncia y la resistencia de quien no quiere doblar las rodillas ni se resigna a la injusticia. Hablamos con él sobre su último libro, Las prácticas literarias del conflicto (La oveja roja, 2010), y sobre la encrucijada actual en la que nos debatimos los trabajadores.
Pregunta: ¿Cómo anarquistas,
Enrique, cuál es nuestra responsabilidad?
Respuesta: La de mantener en
nuestras vidas un poco más intacto aquel principio del que hablaba
nuestro maestro Barrett: curarnos del miedo a hacer la realidad más
amplia.
P: Con la que está
cayendo, ¿cómo entiendes que la respuesta de los trabajadores sea
el escepticismo sobre su propia fuerza, la huida hacia lo privado,
el consumismo, la banalidad y el “ande yo caliente”?
R: Bueno, quince años me ha
costado responder a esa pregunta: los quince que he tardado en
escribir los tres libros de poemas que componen la “Trilogía
de las Sombras”. En los dos primeros la respuesta a tu
pregunta apuntaba a la increíble capacidad que mucha gente tiene de
justificar la violencia de este sistema y de conseguir, luego,
naturalizar en sus mismas conciencias los “tics” de su propia
narcotización. El tercer libro (que se titula significativamente
Porción del enemigo)
añade ahora una tercera explicación: en mucha gente ha vencido la
poderosa fuerza del miedo.
P: Enrique, ¿qué
hemos aprendido colectivamente en estos últimos cuarenta años?
R: ¿Cuarenta años para
lograr aprender colectivamente alguna lección? No se necesite tanto.
Al poco de “inaugurarse” nuestra democracia, algunos compañeros
nuestros ya supieron lo que a algunas personas hoy tanto les cuesta
aceptar: que cuarenta años después, y a pesar de los espejismos con
que puedan deslumbrarnos sus jueguecitos de espejo, los amos en este
país siguen siendo básicamente lo mismos; y que se ríen de
nosotros los ecos de aquellas familias que acumularon capital con los
beneficios de la represión franquista, las que con insignias de
modernización “despegaron” en los años sesenta, las que se
reconvirtieron en “demócratas de toda la vida” hace ahora más o
menos cuarenta años.
P: Ante la propaganda
mediática al servicio del capitalismo, ¿dónde puede uno situarse?
R: Sinceramente lo pienso:
uno puede situarse en un montón de lugares donde no puede ser
bienvenida toda esa propaganda inútil. Nuestra experiencia colectiva
nos enseña que los espacios de la resistencia son innumerables.
Últimamente, sin embargo, soy muy sensible a uno en particular: el
de quien sabe (y logra hacer saber) que uno no es un héroe por
negarles a los perros del amo entrar en su vida, sino simplemente un
hombre más feliz.
P: En tu libro, Las
prácticas literarias del conflicto, hablas del actual proceso
de militarización de la economía y la sociedad, al hilo de los
últimos acontecimientos, por ejemplo, donde el Estado se permite el
lujo de declarar el estado de alarma ante una huelga. ¿Qué
reflexiones se te ocurren? ¿En qué otros espacios ves que se
consolida este proceso?
R: Lo primero que se me
ocurre es que dicho proceso es tan violento como previsible y que, no
obstante, mucha gente (incluso mucha gente de buen corazón) lo
encuentra justificado, disculpable o continuamente improvisado. A mí
particularmente me resulta sobrecogedora la situación que se está
viviendo en las cárceles españolas, por ejemplo: mirar ahora, desde
ellas, cómo se desenvuelve nuestra “libre” sociedad, en tiempos
de crisis y estafa, resulta algo muy aleccionador.
P: ¿Hay otra escritura
posible para el mundo más allá de la que se publicita en las
listas de los más vendidos?
R: Sí, claro que la hay, y
además está bien viva. No se requiere tampoco excesivo esfuerzo
para encontrarla: esa literatura lleva tiempo entre nosotros
rebelándose contra tanta claudicación, le pese a quien le pese. Es
cierto que ahora no es raro ver cómo nuestros poemas se leen y se
recitan en manifestaciones o en asambleas de calle, pero son poemas
(esos, u otros semejantes) cuyo latido venía escuchándose, de
largo, entre las grietas que también existen en el sistema literario
de este país.
P: Enrique, ¿dónde
irías para escuchar un buen poema?
R: A cualquiera de las
plantas de un hospital público. A una cooperativa. A la casa de mi
amigo. A una jornada de huelga general. A la demora que siempre rodea
la cocción del pan. A la cafetería previa de cualquier prisión. A
Moguer, a la Primado, a la Sala Youkali, a La Casa con Libros, a la
Marabunta. Al lugar de la oración y de los amantes. Al estante de
una biblioteca que aún tenga libros de Dalton o Vallejo. Y allí
donde reciten públicamente Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Laura
Giordani o Miguel Ángel García Argüez.
P: ¿Cuál es la
utilidad de la poesía crítica?
R: Entre otras muchas, la de
recordarnos que la poesía “no-crítica” (la que dicen escribir
los mercenarios de la resignación) es una poesía muy, pero que muy
útil al poder.
P: ¿Qué podemos hacer
con la rabia, el amor y la ira?
R: En una manifestación vi
que alguien había escrito: “No nos toquéis los huevos por encima
de vuestras posibilidades”. Bien: esa rabia es legítima y puede
que no sea muy distinta de aquella otra ira que vinculé con el amor
en ciertos pasajes de Las prácticas literarias del conflicto.
Pero siempre que no sea la rabieta de quien ha visto lastimados sus
privilegios de clase. Bendita, sin embargo, la cólera de quien haya
podido amar la dignidad de quienes sistemáticamente son vapuleados.
Cuando ese amor y esa ira se dan así la mano, todo lo que podemos
hacer es permitir que se desaten.
P: ¿Y con la piedra
que tienes en la mano?
R: Lo primero de todo,
limpiarla de sangre. Y después (y solo quizás por el momento),
convertirla en arenisca, en simple y moliente arenisca... Con
introducirla un poco en aquellos engranajes de este sistema que
tengamos más cerca, podremos poco a poco conseguir desorganizarlo
entre todos.