una conversación con Enrique Falcón
(entrevista de L. Giordani, V. Gómez y A. Borra)
Pliego nº 12/II de los "Manuales de instrucciones"
Pliego nº 12/II de los "Manuales de instrucciones"
(Fundación Inquietudes & Caudal; Madrid, 2013).
Imposible cifrar el valor
de un poema sin hacer un mínimo gesto de poder. El canon, las
tradiciones “nacionales”, el capillismo literario, la crítica
profesional y los tratados de retórica se encargan también de eso:
de tasar con exclusiones los valores de un poema. ¿Puedo yo hacerlo?
Sí, si hago uso -siquiera provisional, temporalmente- de algún
gesto de poder. Y entonces: vale un poema cuando atraviesa las
grietas de su tiempo y es capaz de vincularse con las posibilidades
de vida de varios lectores. A menudo sueño con un poema capaz de
responder también a lo que Belén Gopegui, recuperando a Brecht, ha
reclamado de la novela contemporánea: añadiéndole un
estremecimiento, la posibilidad de ofrecer un informe sobre el mundo
a una comunidad de hombres y mujeres capaces de transformarlo.
Bueno, en realidad aquel
“posar la lengua” no pretendía dejar propiamente abierta
alguna decisión futura de programa, una posibilidad de escritura
venidera; ese poema en cuestión denunciaba más bien la existencia
de una falsa alternativa: la que dice mediar entre el amor y la ira,
entre la ligazón de los amantes y la lucha por la justicia social.
En cuanto a La marcha de 150.000.000, el poema -en efecto-
está ya cerrado, pero no porque en absoluto su escritura haya
quedado agotada (hoy, más bien, me inclinaría por creer justo lo
contrario), sino porque en su actual, definitiva, factura ya resulta
suficiente. Al margen de ello, encuentro todavía una nueva
veta de escritura, sensiblemente diferente a aquélla, de la que
vengo ocupándome con los poemas de Porción del enemigo, un
libro que aún me exigirá un trabajo de algunos pocos años más. Me
resulta muy difícil cifrar la consistencia de esa línea de trabajo:
¿será posible decir que tiene que ver con un “alumbramiento del
terror” que no resulte patético, con la posibilidad de que el
poema pueda entrever las estructuras del miedo en la conciencia
“natural” del capitalismo tardío? Por ahí van los tiros.
Si La
marcha… señala en su canto una especie de
hermanamiento de los que sufren, su estructura parece girar
primordialmente hacia el salmo. ¿Por qué has optado por este giro
hacia lo religioso? ¿Qué vínculos concibes entre la religiosidad
y una poética de combate? Por lo demás, en tu trabajo
ensayístico hay un distanciamiento con respecto a los mesianismos
en general. ¿Cómo concilias ese ir “más allá” no mesiánico
con tu cristianismo de base? De forma más radical, ¿qué lazos
concibes entre revolución, poesía y religión?
En
efecto, la tradición de los Salmos (de los veterotestamentarios a
los de Ernesto Cardenal, aquel poeta sacerdote de la revolución
sandinista) es una de las varias formas expresivas rastreables en La
marcha de 150.000.000, y la razón de ese “volcarse en lo
religioso” reside en algo personalmente no excusable: soy
cristiano. ¿Una poética, entonces, del combate? ¿De verdad se
podría escribir hoy sin establecer ninguna clase de enfrentamiento
político? ¿Volver a caer entonces en una escritura para el
apaciguamiento, una poesía de la rendición? Baste decir que, en mi
caso, cristianismo y comunismo libertario van muy de la mano y que
ambos, en su más visible ejemplo, condicionan la estructura misma de
La marcha... En un plano menos “vivencial” (digamos que
menos “confesional”) ambos explicitan la posibilidad de rescatar,
en cada una de las tres grandes tramas de la conciencia occidental
-lo “judeocristiano”, lo “griego” y lo “ilustrado”-,
fuerzas antagonistas y utópicas suficientes, capaces de erosionar el
logos de esa otra gran trama, terrible, de la modernidad: el
capitalismo, cuya actual hegemonía juzgo desde luego
perfectamente combatible.
Para tiempos de
tranquilización social y de consenso como éste en el que vivimos,
la poesía política bien pudiera introducir una cierta dosis de
desorden. En la “ruptura de los consensos” que comparte
con los movimientos políticos antagonistas, este deslizamiento hacia
el desorden (véase como muestra esperanzadora la poesía de Antonio
Orihuela) es una poderosa capacidad que tiene el lenguaje poético
cuando lo que se entiende por “compromiso” absorbe y desborda la
tarea de los poetas, siempre que éstos se perciban -en primer lugar
y ante todo- como ciudadanos que también comparten la casa del
hombre. No podremos lamentar, así, la traición en poesía. Es más,
creo que casi toda ella se podría releer como una serie constante de
actas para la traición. Estoy incluso por pensar que, a
menudo, sólo por un acto de traición es reconocible en un poema su
particular gesto de imprevisibilidad. Sólo en este sentido me
parecería, hoy, hasta cierto punto lamentable el alto grado de
previsibilidad en el que cae tanta poesía actual (no nos salgamos,
de momento, del ámbito del Estado español), el escamoteo continuo
de sus propósitos políticos, su recurrente tendencia a la
insignificancia vital, y una cierta falta de ambición -tanto en el
plano estético como en el más expresivo- que creo reconocer en el
sentimentalismo naturalista y conservador de ciertas prácticas de
escritura y en el solipsismo inofensivo (verdadera poesía
homeopática) de otras.
En más de una ocasión has asumido como opción estética el realismo crítico y, no obstante, no has renunciado en absoluto a la experimentación vanguardista. ¿Por qué esta articulación y con qué finalidad sostienes esta tensión?
Partamos de una mínima
convicción: toda opción de escritura -sea ésta cual sea- resulta
insuficiente; toda opción de escritura asume unos límites propios y
sus propias contradicciones. En otro tono: todo poeta siempre
escribirá de una manera incompleta. Desde tales premisas,
creo que hoy es una soberana pérdida de energías escribir fuera de
ese vasto y extensísimo campo de experimentación que ofrecen los
diversos “realismos”. Pero igualmente me parece inevitable
introducir grietas y tensiones en un lenguaje que es también el del
poder, lenguaje portador de signos naturalizados, aptos para la
exclusión y para el dominio. Toda mi poesía parece moverse
-efectivamente- en la tensión incómoda de esos dos polos, y la
posibilidad de poder expresar hoy evidencias imprevisibles acaba
siendo una de las aventuras más apasionantes que en este tiempo
podría imaginarme. Consecuencia de todo ello, se puede caer en una
poesía “de la claudicación” bien por la vía del realismo chato
de los pacificadores del mundo, bien por la vía del inocuo
solipsismo de quienes, desatándolo todo sobre las fracturas del
lenguaje, desactivan las cargas políticas y comunicativas del poema.
Démosle la razón a Cortázar: “Lenguaje quiere decir residencia
en una realidad. No se puede revivir el lenguaje si no se empieza
por intuir de otra manera todo lo que constituye nuestra realidad”.
En fin: mucha poesía ya se ha escrito para dejarla tan alejada de
los hombres y mujeres de nuestro tiempo; habrá que ir pensando en
cómo hacer hoy posible una nueva literatura residente, un
nuevo combate de legitimaciones.
La esperanza es incapaz
de nacer fuera de una promesa o lejos de la experiencia histórica de
los hombres: con el movimiento de esa doble esperanza procuré, de
hecho, estructurar los cantos y secciones de La marcha de
150.000.000. En cualquier caso, ¿por qué tendríamos que seguir
rastreándola en espacios tan desalentadores como los que ofrecen
Madrid, Valencia o Nueva York? Desde luego, la experiencia histórica
de los movimientos de emancipación nos muestra que ella es terca e
imprevisible, pero podríamos empezar a asumir que quizás hoy la
esperanza no pasa por nosotros/as, que el sueño peligrosamente
insurgente que sueña otro mundo posible no reside fundamentalmente
“aquí”, junto a nosotros. ¿Firmaríamos, de este modo, una
nueva acta para la traición? Actualmente, sin caer en mitificaciones
desplazadas, miro en Bolivia, Venezuela o Eritrea y reconozco -pese
a las varias contradicciones, pese a las ocasionales faltas de
“aceleración”- un arsenal para la esperanza. Son, por supuesto,
solamente ejemplos, y seguramente precarios, pero están ahí. No
sólo ahí ni en todo ahí, pero mucho ahí. Y en fin,
¿quién dijo que nuestra esperanza habría de ser “pura”,
“compacta”, ... o “nuestra”?
Aguasdulces, agosto de
2010